Democracia y educación de Dewey


 El libro Democracia y educación, publicado por Dewey en 1976, ha sido una de las obras de pedagogía con mayor relevancia en el siglo XX. El autor puso de manifiesto en este libro las cuestiones políticas y morales que estaban implícitas en los discursos educativos de la época. Dewey plantea que el sistema educativo de una democracia debía caracterizarse por el compromiso existente entre los centros de enseñanza y la promoción de contenidos culturales, así como de modalidades organizativas.
El sistema educativo contribuye a la formación de personas comprometidas tanto con los valores como con los modelos democráticos de la sociedad. Por ello, Dewey manifiesta en esta obra que la educación también es una modalidad de acción política, ya que obliga a las personas a reflexionar y a valorar las distintas dimensiones sociales, económicas, políticas, culturales y morales de la sociedad en la que viven. La importancia de este libro en el mundo de la pedagogía está en todos los temas que el autor aborda en él. Dewey no solo reflexiona sobre cuestiones relacionadas con la finalidad de la educación o con la función social, sino también con cuestiones relacionadas con métodos de enseñanza, la importancia de los contenidos culturales, los valores educativos, los aspectos sociales, entre muchos otros.
En esta obra, el autor norteamericano también destaca una cuestión importante sobre la dimensión del aprendizaje del niño en la escuela. Dewey creía firmemente que las personas consiguen realizarse poniendo en práctica sus talentos, todo con la finalidad de hacer el bien en la comunidad. En base a esta idea, consideraba que en cualquier sociedad, la función principal de la educación debe ser ayudar a los niños a desarrollar un “carácter”, es decir, un conjunto de habilidades o virtudes que les permitan en un futuro cercano alcanzar sus propósitos. Dewey pensaba que las escuelas en Estados Unidos no cumplían con esta tarea. El problema era que el sistema educativo empleaba métodos muy “individualistas” para la enseñanza. Este tipo de método se ve claramente cuando se les pide a todos los alumnos que lean los mismos libros de forma simultánea. Con este sistema individualista no hay cabida para que cada niño exprese sus propios impulsos sociales y más bien se les obliga a todos recitar prácticamente en coro las mismas lecciones.
Dewey consideraba que este método atrofiaba estos impulsos del niño, por lo cual el maestro no tenía la oportunidad de aprovechar las verdaderas capacidades del estudiante. En lugar de estimularlos, este espíritu social se sustituye por la exaltación de comportamientos individualistas que refuerzan el miedo, la rivalidad, la emulación y sobre todo los juicios de superioridad e inferioridad. Esto último es especialmente dañino para el niño, ya que provoca que los más débiles vayan perdiendo gradualmente su sentimiento de capacidad. Además, la situación los obliga a aceptar una posición de inferioridad. En contraste, los más fuertes son capaces de alcanzar la “gloria”, pero no precisamente por contar con más méritos, sino por ser más fuertes. El planteamiento de Dewey señalaba la necesidad de crear en el aula condiciones favorables que pudieran fomentar el espíritu social de los niños.
El legado de la obra de Dewey ha sido la de dejar abierto un planteamiento para la reflexión crítica de los modelos educativos. Además, sus postulados son una lectura obligada para quienes quieran comprometerse con los problemas sociales presentes en las instituciones escolares. Para muchos estudiosos, el problema de la educación hoy día continúa teniendo su raíz en lo que decía Dewey, que el problema de la mayoría de las escuelas es que no tienen como objetivo transformar la sociedad, sino solamente reproducirla.

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